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José de Villamil |
Después de la Fragua de Vulcano, en donde se juró hacer hasta lo imposible con tal de obtener la independencia, se puso en marcha la astucia de Villamil. Habría que agilizar cada movimiento por temor a verse descubiertos y que hayan represalias, y en el peor de los casos, que fortalezcan la seguridad española, siendo inadmisible cualquier intento emancipador.
Fue así que el 2 de octubre se reunieron en la casa de Villamil los militares: Gregorio Escobedo, segundo al mando del Escuadrón de Granaderos de Reserva; y. José Peña, a cargo del Batallón de Milicias Urbanas. Ambos estaban plegados a la causa independentistas. Sugirieron tratar de ganar más soldados de otros batallones como el Escuadrón de Artillería y los del batallón de caballería Daule, sin embargo, sus jefes eran españoles, lo cual dificultaba pactar con ellos. No obstante, no descartaron la posibilidad de convencer a sus integrantes, mediante la intervención de los sargentos Álvarez Vargas y Pavón, simpatizantes de la causa.
Todo parecía estar en orden, sin embargo, Villamil y Antepara sabían claramente lo que hacía falta: La revolución necesitaba un líder.
Entre los más opcionados candidatos se encontraban: primero el coronel Jacinto Bejarano, y luego el teniente coronel José Carbo y Unzueta, sin embargo, se pensó posteriormente en una de las más grandes mentes que la época puso hacer relucir en el mundo entero: don José Joaquín de Olmedo y Maruri. Descartando a los dos primeros por diversas y justificadas razones y se comisionó a Villamil para que visite a Olmedo al día siguiente con su propuesta.