Avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆo aquel bastón. Ya he avanzado de a poco hasta el baƱo comĆŗn. Una estiradita relajadora, un bostezo extenso, y un arrepentimiento por el exceso de holgazanerĆa. "ĀæQuĆ© iba a ser yo aquĆ?" - mi mente se pregunta, y a unos segundos singularmente se responde: "Ā”Ah, cierto! El baƱo".
Las estadĆas en el baƱo han aumentado sus temporadas. AĆŗn me recuerdo mozalbete y con una marca de un minuto desperdiciado en los oficios del servicio higiĆ©nico, ahora en una eternidad parecen convertirse las decenas de minutos de suplicios. Pero ya estĆ”, asĆ son los setentas. Muy aseado y temĆ”tico con el procedimiento de pulcritud, voy saliendo del rito diario matutino. "ĀæQuĆ© iba a hacer?" Ā”Ah, sĆ, cierto!
Aquella función desagradable interpretaba aquella obra dolorosa y fastidiada: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆo aquel bastón. Y la corriente del tedio me impulsan a costas nuevas, allĆ” en las lejanas tierras de las ollas, los platos, la nevera, la cocina, y uno que otro cucharón. Abro la refri... Ā”QuĆ© frio, caramba! Y eso que llevo mi suetercito. Pero vale la pena. Dos manzanas, dos guineos, muchas uvas por montón; hay mandarinas, evito la papaya, admiro la piƱa pero paso por la flojera y algĆŗn melón. Y van rodando por la mesita aquel desfile tropical y colorido; y tomo con cuidado un cuchillo, y comienza esa faena, como un Ćntegro y pulcro camal, en donde el ganado es vegetal. Y se van vertiendo en dos tazones los trozos finos de las frutas, mientras silbo con gran desafino, ya que como resecas uvas pasas han quedado mis labios con el tiempo. Pero asĆ son los setentas.
Y recuerdo aquellas reprendidas, mejor me apresuro limpiando el desorden, y es que despuĆ©s la bilis se derrama y una gran cruzadas marca el punto fatĆdico del momento. Queda todo limpio en costas extraƱas, y en un andador muy arreglado pongo los tazones y comienza nuevamente aquella procesión: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆo aquel bastón; y regreso a la habitación. En la puerta me detengo y sobresale el recuerdo de los dĆas mozos cuando buscĆ”bamos en varios lados una comida libre de grasas por el centro de la ciudad.
Despistado continĆŗo y luego me percato, me dirijo de vuelta a la cama. ĀæQuĆ© iba yo a hacer aquĆ? Ā”Ah, sĆ!... Ā”Amor! Ā”Amor! - Aquel bulto de sĆ”banas que estaba durmiendo a mi lado se empieza a mover y con un gesto de impaciencia y mal humor se levanta medianamente aquella dueƱa de uno de esos tazones. "ĀæQuĆ© quieres, viejo?"- me gritó suavemente y con pereza frunciendo las cejas y bostezando prontamente. Le extiendo el andador a su costado. "Mira, mi cielo. AquĆ estĆ” el desayuno, para comer los dos."- y el temperamento en su rostro bajó. Una cĆ”lida sonrisa embarga su cara, y mi corazón se estruja de felicidad. Y una odisea nueva paso yo, para rodear la cama y volver a acostarme, pero llevo en mano mi tazón: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆo aquel bastón.
Con gran entusiasmo veo el borde de la cama, el tazón al cómplice velador, y me echo al colchón. Lindo volver a acostarse pero... ĀæQuĆ© iba a hacer? Ā”Ah, sĆ! El tazón. Pero antes miro a mi diestra con una mirada pĆcara y coqueta, ella me sonrĆe tiernamente, y levanta el tenedor. Me dice: Ā”Gracias, cosito! Ā”Vamos a comer, mi amor!
ContinuarĆ”...
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