De los viajes en bus ¡a lo guayaco! |
-¡Anda llámalo a 'Yuyito' para que se traiga la red! - le escuché decir a un cuaretón medio avejentado, seguramente por la 'buena vida' (consumo regular de bebidas alcohólicas), que estaba sentado viéndonos jugar indoor, a su amigo de igual apariencia.
El tradicional peloteo guayaco. A falta de cancha, se juega en plena calle, cerrando el tráfico. ¡Qué chucha! |
Así se daba a entender que el peloteo con mis amigos en esa tarde soleada estaba por llegar a su final. Era imprescindible las funditas de agua que una señora vendía en su casa a través de una ventanita con rejas. Diez centavos por funda, me parecía un precio razonable, aunque el cansancio que teníamos demandaba una botella de galón 'por lo turro' (como mínimo). Y así como el último partido llegaba a su ocaso, los veteranos congregados a los lados de la cancha se preparaban para reclamar el terreno de juego para ellos.
-¡Quién mete gol gana!- se escuchó de entre los 'peloteros', quizá para invocar la seriedad de todos luego de un empate 2 a 2, o quizá para avisar a los 'veteranos' que pronto concluiría el encuentro, que se esperen un rato más para que den comienzo a su partido de ecuavolley.
Tras el gol de la victoria no hubo celebración, sino la invasión de la cancha para amarrar de lado a lado la red que iba a dividir los equipos de ecuavolley. La experiencia de éstos hizo que no transcurran siquiera 2 minutos hasta que empezaren a mostrar que -aún con vejez y chuchaqui- seguían teniendo habilidades deportivas.
Nuevamente las funditas de agua se repartían entre nosotros, idolatradas y -al cabo de pocos segundos- consumidas en su totalidad. Poco me había fijado en mi maleta, la cual la había dejado cobijada en un arco, como se acostumbra en todas las canchas de los parques de la urbe. El recuento de las mejores jugadas y la recriminación por algunas bestialidades aparecieron entre nosotros, mientras bebíamos al son del monóxido de dihidrógeno (H2O). El choque de palmas de manos y choque de puños (alternativa local al 'apretón de manos' ya caduco en esta ciudad) indicaba que la corta charla pos-partido se daba por finalizada y cada cual se dirigía a sus casas cansados después de los épicos partidos en donde se deja la vida, tal cual "final de la Copa del Mundo".
Pero no me había percatado que el consumo de las funditas de agua había dejado 'desbalanceado' mi 'suelto'. Tenía un billete de diez dólares, pero cuando se lo cambia por moneditas el dinero 'se hace agua' (se gasta rápido). Es así como con 20 centavos planeaba como llegar a mi casa utilizando el servicio de transporte público (la "buseta"). Con un pasaje que cuesta 25 centavos, mis 20 valdrían con una negociación.
-Hay que tenerle un 'tino' (precisión) para que los buseteros (chóferes de buses) te 'acoliten' (ayuden)-pensé mientras esperaba un bus de la línea 27 para que me acerque a mi casa.
¡Oh majestuosa 27! ¡Tú que siempre me has salvado la campana, en las mañanas, al mediodía, por las noches; incluso en esas madrugadas etílicas! ¡Salve! |
Pero hay que saber hacerlo bien o de lo contrario te ganas 'una buena puteada a vaca' (muchos insultos fácilmente) de parte del chófer. Primero y ante todo, no puedes hacerlos detener para que te recojan en donde se te antoje, es mejor que aproveches si alguien más los haga parar para embarcarte junto con ellos; paralelo a esto puedes buscar esperar en una bocacalle con semáforo esperando que 'les coja la roja' y aprovechar; evitando así un "¿Para esa 'huevada' me haces parar?".
Algunos infortunados suelen pedirles a los chóferes que los ayuden transportándolos sin pagar el pasaje quedándose a la entrada del bus esperando por su destino, el cual suele ser corto ("¡Flaco, apóyate hasta más allacito"), aunque hay avivatos que con ese mismo argumento quieren hacer casi el recorrido entero de la línea. Yo planeaba que me ayude, pero pagándo los 20 centavos que tenía, que corresponderían al 80% del valor total del pasaje. El busetero al ver mi petición de manera muy gentil me hizo una señal de que no era necesario que me quede a la entrada del bus, dándome acceso a los asientos como si hubiese pagado los 25 centavos. -Buen dato, el pana- pensé y busqué asiento junto a una señora que cargaba una biblia en la mano.
En el transcurso de un viaje en bus de Guayaquil pueden aparecer varios sketchs que parecían pre programados por varios usuarios o comerciantes informales.
Un joven con apariencia de escasos recursos con una funda en la mano apareció en la entraba del bus, y con su habilidad ganada e su labor diaria pudo sortear el sensor que marca el ingreso/salida de los pasajeros. Y empezó el discurso que todo guayaquileño lo conoce de memoria, aunque varía un tanto entre cada sector y vendedor.
-¡Buenos días damitas y caballeros, reciban un cordial saludo de parte de quien les habla!- exclamó el joven comerciante informal ante todos en medio del pasillo del bus con una voz en agonía y con un marcado acento de clases bajas que rayan en lo delictivo. -Mi presencia aquí no es para molertarle, mucho menos incomodarle- advirtió el sujeto mientras con la funda de caramelos que portaba intentaba promocionar su producto a la venta. -¡Me he subido a este medio de transporte para darle a conocer este nuevo producto que ha salido a la venta!- prosiguió mintiendo un poco, ya que esos caramelos no son nuevos en el mercado, incluso ya casi sale ese producto del stock por falta de demanda.
El 'caramelero' (vendedor informal de chicles, mentas, bombones y otros) o el 'aguatero' (vendedor de botellas de agua), son parte del panorama cotidiano del servicio de transporte público. Ya hablaré en otra publicación sobre los diferentes tipos de comerciantes en los buses guayaquileños. Pero, siguiendo con la crónica, es preferible un caramelero buena gente, a esos otros que prácticamente empiezan a asaltar a las personas, intimidando a los pasajeros, amenazándolos con su 'pasados' delictivos (algunos cuentan que pasaron una temporada en prisión), esperando sacarles dinero a los asustados usuarios.
A penas bajado del bus el caramelero, la señora con biblia en mano que estaba a mi lado me pidió permiso para que le abra paso y facilitarle su salida del asiento. Pensaba que iba a bajarse del bus, pero estaba muy equivocado. Algo que detesto en los buses, más que a los carameleros cuasi-'choros', son los predicadores de la palabra de el dios aceptado por la mayoría de personas en esta parte del mundo. Los gritos y reclamos por una sociedad con mejores y dudosos valores morales hacían que mi cabeza estallase. Enhorabuena mi destino se acercaba. No sabía como bajarme del bus cuanto antes.
Guayaquileño en el noble arte de la "bajada al vuelo". |
-¡Para servirle, caballero!- fue la respuesta a mi agradecimiento al chófer cuando me dispuse a bajar del bus. Era el momento que de comienzo para una tradición arraigada en la sociedad guayaquileña: el arte de la bajada de una buseta. Un extranjero no sabría como sobrevivir a estos pocos segundo de demostración de verdadera habilidad de los lugareños. Saltar aún estando el movimiento el bus es una práctica común entre los hombres guayacos. Tal vez los buseteros sean más respetables con damas, niños o ancianos; pero con seres humanos del género masculino que se encuentren dentro de la PEA (población económicamente activa) se portan como unos verdaderos sanguinarios exclamando tácitamente: "¡Bájate al vuelo, chucha!".
Así es una tarde común en la vida de un guayaco. Así es la vida en el gran Guayaquil.
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