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Un sofá de ritos de amor - Odisea a los setentas


Descansados en el gran sofá de la sala nos miramos el uno al otro fijamente, como dos jóvenes enamorados. Ella a mi derecha sonriéndome de una forma que solo ella puede. Así, cuando estábamos estudiando en nuestros veintitantos, me enamoró poco a poco, y cada día que pasa me sigue enamorando más.

Me empieza a contar de lo que había visto por la televisión en la noche, aún se indigna al ver las noticias, y quiere sanciones muy fuertes contra los rufianes e infractores de la ley. Siempre a sido así.

-¡Es que me da odio!- me decía mientras fruncía las cejas. -Déjalo ir, amor- le contesté.

Nos gustaba conversar de todo, y debatir de vez en cuando. Me acuerdo que al inicio nos apasionábamos más de lo debido en las tertulias sobre problemas sociales, y terminaba no del todo bien que digamos. Pero con el tiempo hemos aprendido que lo debatido y refutado se queda allí, y fuera de eso, nos reencontramos enamorados y abrazados. 

Proseguía nuestra conversa sobre temas de lo más variados. Me le he acercado prudentemente sin que ella lo note. Mi pierna derecha descansaba completamente sobre el sofá, diferente a su par izquierda que estaba normal. Así estaba girado hacia ella, y ella hacia mí. Y mientras la veía fijamente con una sonrisa, mi brazo se extendía por el espaldar del mueble. Mi mano jugaba con su cabello plateado. La acariciaba, como aquella vez en una banca de la Nueve de Octubre, incluso antes de que fuera mi novia.

Ella entendió el gesto, y se recostó en mi hombro acomodándose tan bien, que pareciese que yo estuviera diseñado naturalmente para que ella, y solo ella, permanezca allí. Refugiada en ese lugar me dijo: -Aquí pertenezco, nuestro mundo-

Acerco mis labios a su rostro, y en su mejilla le marco un beso diciéndole: -Mi chiquita bella-. Ella se voltea y me da el más tierno de los besos que me ha dado durante nuestra ya longeva vida juntos.

Un beso que me traslada fuera de este mundo. Con cada beso, me hace sentir como ese joven enamorado que no había sido correspondido hasta que en una mañana del 10 de mayo de 2013, conoció el paraíso al haber recibido de su amada, el más grande de los regalos que se le ha otorgado: el amor.

-Ya- me dice suspirando y de manera prolongada. Su corazón late rápidamente. Yo lo sé, lo puedo sentir y lo comprendo: a mi me pasa igual. Se cruzan nuevamente nuestras miradas y nos regalamos esas sonrisas que solo ella y yo sabemos como nos gustan.

-¿Y qué vamos a hacer hoy?- me pregunta ya sabiendo la respuesta. Se que ha visto el álbum de fotos en la mesita de centro. Le he visto que está algo desesperada por que comencemos. Le encanta verlo, y recordar cada una de nuestras aventuras. Y yo, impaciente por esas sesiones de recuerdo, me acerco hasta la mesita y le llevo hasta nuestros regazos, el ansiado álbum.

-¿Estás lista, mi amor?- le digo tiernamente.

-Lista, mi coso- respondió.


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