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Una mañana de locos - Odisea a los setentas


Avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trío aquel bastón. - ¡Cómo me duele la pierna, amor!
Y los viajes de mundo en mundo continúan, pero ahora acompañados el uno del otro. Vienen realizando maniobras aquellos cuerpo que en cada estación, resuelven un motiva para seguir.
-Gracias por el desayuno- me dijo, y llevando sus platos se dispuso a ayudarme con el aseo, y es que la más rigurosas de las dictaduras no pudieron ser más pulcras con el orden y lo limpio.

Me recuesto en un sofá en la amplia y vacía sala. Hay un televisor, y no quiero encenderlo; hay una computadora y no quiero cogerlo; hay unas revistas pero no quiero leerlas. Solo algo me llama la atención.

En la mesita de centro veo ordenados unos libros, son álbumes de fotos muy abultados y de colores graciosos. Te escucho en la cocina y sonrío. Mejor agarro uno y me dispongo a recordar. Abro el primero y me detengo.

-No quiero.- hice una pausa y medité.

-No quiero verlas- me dije a mi mismo. -No quiero verlas así.

Mejor me espero, quizá no. Mejor me levanto y me traslado hasta la cocina, no me gusta dejarla solita, así que allí voy yo.

Avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trío el bastón. Me quedó en el umbral de la puerta, y la observo. -Tan linda es ella- pensé. Tan linda como la primera vez que la vi en una cocina. No fue en mi casa, no fue en su casa. Fue en la casa de una amiga, reunidos en cuarteto; pero no es momento aún de recordar.

Al voltear su mirada hacia la puerta, sonríe y me pregunta. -¿Qué haces viejo loco?

-Aquí, enamorándome una vez más.- y camino hacia ella, la quiero abrazar. Como un joven seductor avanzo sigilioso y te abrazo desde atrás.

-¡Quita! ¡Que tengo las manos mojadas!- me dice mientras se alegra. Una sonrisa tan resplandeciente me inquieta, mientras que me salpica agua al rostro.

-No te escaparas, no puedes- le increpé y le besé el hombro. -Yo los enjuago, ya has lavado tú. Estos hay que hacerlos, siempre juntos-

La relevé de sus labores, pero no se aparta de mi. Se queda allí, viéndome, y aún salpicándome con agua como todos unos colegiales. -Soy bien picado- le dije y obstruyo la salida de agua del grifo y oriento el cause hasta ella. Una palmada en mi espalda y una mirada juguetona seguidas de un sonoro: -¡Villa!- le sonreí y me devolvió el mismo gesto.

Y no me había dado cuenta que los platos ya estaban limpios. Era hora de ir a la sala. Quiero compartir con ella, mis memorias. Y desde el pasillo ella alcanza a ver el álbum, sabía lo que nos esperaba. Me agarra de la mano y se acerca a mi mi oído diciendo: -Tú también me has vuelto a enamorar, viejo-

Y caminamos juntos de la mano bien sujetos. Tú caminas bien, mi pie me duele. Avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trío el bastón.

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