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Viaje a la cocina - Odisea a los setentas


Son las siete de la maƱana y me despierto cual alarma fija, y aunque el descanso fue bueno, al parecer llevo un leve dolor de piernas, pero es lĆ³gico... ya los setentas me estĆ”n pasando facturas. Me levanto de forma sigilosa, y tan de pronto como me pongo en piĆ©, mis rodillas ceden. El velador es una gran amigo, me ha ayudado a no caerme. Extiendo el brazo y voy a por mi bastĆ³n de caoba, fiel compaƱero de batallas interminables. Con un molesto deseo de toser, me aguanto para no hacer bulla, y empiezo la guerra de los pasos. Lentamente voy avanzando hasta que la oscura puerta marca el final de aquella maratĆ³n. Al otro lado de la habitaciĆ³n puedo ver el baƱo del cuarto, pero estĆ” muy cerca, y podrĆ­a ser escandaloso. Mejor salgo al pasillo, con cuidado, muy despacio, las puertas pueden ser alarmantes. 

Avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆ­o aquel bastĆ³n. Ya he avanzado de a poco hasta el baƱo comĆŗn. Una estiradita relajadora, un bostezo extenso, y un arrepentimiento por el exceso de holgazanerĆ­a. "¿QuĆ© iba a ser yo aquĆ­?" - mi mente se pregunta, y a unos segundos singularmente se responde: "¡Ah, cierto! El baƱo".

Las estadĆ­as en el baƱo han aumentado sus temporadas. AĆŗn me recuerdo mozalbete y con una marca de un minuto desperdiciado en los oficios del servicio higiĆ©nico, ahora en una eternidad parecen convertirse las decenas de minutos de suplicios. Pero ya estĆ”, asĆ­ son los setentas. Muy aseado y temĆ”tico con el procedimiento de pulcritud, voy saliendo del rito diario matutino. "¿QuĆ© iba a hacer?" ¡Ah, sĆ­, cierto!

Aquella funciĆ³n desagradable interpretaba aquella obra dolorosa y fastidiada: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆ­o aquel bastĆ³n. Y la corriente del tedio me impulsan a costas nuevas, allĆ” en las lejanas tierras de las ollas, los platos, la nevera, la cocina, y uno que otro cucharĆ³n. Abro la refri... ¡QuĆ© frio, caramba! Y eso que llevo mi suetercito. Pero vale la pena. Dos manzanas, dos guineos, muchas uvas por montĆ³n; hay mandarinas, evito la papaya, admiro la piƱa pero paso por la flojera y algĆŗn melĆ³n. Y van rodando por la mesita aquel desfile tropical y colorido; y tomo con cuidado un cuchillo, y comienza esa faena, como un Ć­ntegro y pulcro camal, en donde el ganado es vegetal. Y se van vertiendo en dos tazones los trozos finos de las frutas, mientras silbo con gran desafino, ya que como resecas uvas pasas han quedado mis labios con el tiempo. Pero asĆ­ son los setentas.

Y recuerdo aquellas reprendidas, mejor me apresuro limpiando el desorden, y es que despuĆ©s la bilis se derrama y una gran cruzadas marca el punto fatĆ­dico del momento. Queda todo limpio en costas extraƱas, y en un andador muy arreglado pongo los tazones y comienza nuevamente aquella procesiĆ³n: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆ­o aquel bastĆ³n; y regreso a la habitaciĆ³n. En la puerta me detengo y sobresale el recuerdo de los dĆ­as mozos cuando buscĆ”bamos en varios lados una comida libre de grasas por el centro de la ciudad.

Despistado continĆŗo y luego me percato, me dirijo de vuelta a la cama. ¿QuĆ© iba yo a hacer aquĆ­? ¡Ah, sĆ­!... ¡Amor! ¡Amor! - Aquel bulto de sĆ”banas que estaba durmiendo a mi lado se empieza a mover y con un gesto de impaciencia y mal humor se levanta medianamente aquella dueƱa de uno de esos tazones. "¿QuĆ© quieres, viejo?"- me gritĆ³ suavemente y con pereza frunciendo las cejas y bostezando prontamente. Le extiendo el andador a su costado. "Mira, mi cielo. AquĆ­ estĆ” el desayuno, para comer los dos."- y el temperamento en su rostro bajĆ³. Una cĆ”lida sonrisa embarga su cara, y mi corazĆ³n se estruja de felicidad. Y una odisea nueva paso yo, para rodear la cama y volver a acostarme, pero llevo en mano mi tazĆ³n: avanza la diestra, seguida de la siniestra y marca el trĆ­o aquel bastĆ³n.

Con gran entusiasmo veo el borde de la cama, el tazĆ³n al cĆ³mplice velador, y me echo al colchĆ³n. Lindo volver a acostarse pero... ¿QuĆ© iba a hacer? ¡Ah, sĆ­! El tazĆ³n. Pero antes miro a mi diestra con una mirada pĆ­cara y coqueta, ella me sonrĆ­e tiernamente, y levanta el tenedor. Me dice: ¡Gracias, cosito! ¡Vamos a comer, mi amor!

ContinuarĆ”...

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