Era la mañana de un domingo que parecía común, nada fuera de lo normal. Desde muy temprano empezaba a alistarse lo necesario para llevar. Se tenía una cita al mediodía, una cita entre un enamorado y su ilusión de obtener una alegría. Desayunos variados, pero muchos preferían el popular encebollado, ya que el viernes y sábado habían sido fatal, mucha juerga, el espíritu bohemio guayaco. Pero pronto cambiaría la tranquilidad, ya estaba llegando la hora de partir. Y desde muy lejos se aprestaron al viaje, unos bien al sur, otros en el norte, el centro era un caos vehicular, desde otras ciudades, unos desde la serranía, otros desde el otro lado del gran río, los buses estaban abarrotados de personas; no, esto ya no era normal. Cuando no se encontraba un transporte directo, bastaba uno que llegase a medio camino, no importaba caminar. No importaba si el sol fuese a sofocar, ni si los ladrones de turno los fueran a asaltar; las personas empezaron esa movilización única en esta ciudad. No era un clásico, solo era Barcelona.
Un estadio que se llenó. |
Ya habíamos perdido el liderato, nos lo habían usurpado por culpa propia; dos fechas malas: por un empate , por una derrota. Sin embargo, no todo estaba perdido y se seguía en la lucha. La ilusión de un hincha no se apaga tan fácil, aunque hay muchos noveleros que no entienden, que no sienten lo mismo, nunca sabrán la misma pasión de unos cuantos que fijamente están alentando. Fieles hinchas que dan todo para ir al estadio a ver a su equipo jugar. Y el viaje de muchos llegó a su fin, así como también comenzaba la odisea de ingresar. Un tradición que nunca se pierde, hacerse el sabido y sortear la cola, meterse en medio de dos giles, no prestar atención a los policías. No comparto esa tradición, pero entiendo que muchos se desesperan al ver la inmensidad de las filas.
Uno que otro chapa revisando y adentro; no hubo mucho control policial. Parecía que los chapas y la barra brava habían hecho las paces. Parecía que se había disipado ese clima tenebroso que conté en Barras Bravas I: La venganza de los chapas. Pero igual había cierto recelo. Al fin estábamos dentro del estadio, en la localía de siempre, dispuestos a alentar: la General Sur. No parecía muy lleno, pero de a poco, nos asombró la cantidad de espectadores. Cada uno con una historia diferente, cada uno con sus propios problemas, cada uno con un objetivo de vida, pero al final todos con un solo deseo en aquel momento: ver ganar al Ídolo, ver a Barcelona campeón.
Héroes de los hambrientos. |
Los vendedores, sean hinchas amarillos o de otros equipos, ya estaban dentro del estadio: el de los maduros, el de las papas, el aguatero, la señora de los chicles, aquellos inconfundibles que gritan "¡bolléate varón!", o esos inoportunos pero muy concurridos que te sorprenden diciendo: "¡fuma nervioso!".
Los pocos, de a poco, se hicieron multitud; y pronto el estadio se convirtió en una marea amarilla ruidosa. Entrenaban los jugadores amarillos en la cancha y se ganaban los aplausos. También calentaban los del otro bando, pero estos era abucheados y se les ponía en duda sus sexualidades. ¡Normal! Tras su ida a los vestuarios llegó el típico corto período de espera, el mismo que termina cuando se escucha por los alto parlantes las alineaciones. El bombo empezó a sonar y la bulla se empezó a afinar: eran los cánticos para recibir a los jugadores; para hacerles notar que no están solos, que hay gente en las gradas acompañándolos, que aplauden y elogian sus virtudes, así como también critican y mencionan a sus progenitoras cuando no cumplen las expectativas.
Y saltó el equipo a la cancha.
In Gordo Lucho we trust! |
Barcelona desde el principio fue más, aunque el Técnico Universitario tuvo sus oportunidades de crear peligro, pero no tuvo nada concreto. Intento tras intento canario, daba agrado ver el dominio, pero el tiempo corría y la gente se desesperaba. ¿A que hora? ¿ya pues, hasta que hora? ¡Al 33'!, y el ¡Gooooooooooooooooooooooooooooooool! en un grito largo y ensordecedor que puso de pie a todos, a saltar, a tirar el bollo a otras personas en gradas inferiores, a botar las fundas de agua, y abrazarse entre desconocidos. Era un gol de un jugador que no era el más virtuososo, pero si muy querido por el pueblo amarillo, que demuestra entrega; era un gol de Luis Caicedo. Con este gol nos fuimos hasta el entretiempo.
En el descanso de los jugadores, los de la Sur Oscura y de la Zona Norte se dieron al refresque, el descanso de la hinchada, la que no juega pero canta. Se reactivó el comercio, era la hora estelar de los vendedores, los héroes del momento para los sedientos, hambrientos, y los que querían fumarse un tabaco. Me dijo uno de estos: "No hay Líder, mi llave. Fúmese ese, socio, que es bueno" y me dio un cigarrillo de una marca desconocida, sabía casi igual, no me importaba ya, le compré tres.
El golazo. Una salvajada de Damían Díaz. |
La segunda mitad del encuentro estuvo protagonizada por tres hechos importantes: la primera fue, después de la desesperación del público por asegurar la victoria, ese golazo de Damián Díaz de chilena en el minuto 75; como segundo punto estaban los goles del Deportivo Cuenca que terminó ganándole al Independiente y dándonos la chance para recuperar el liderato; y, tercero... el tercero. ¡Sí! el tercero marcado por José Ayoví, esto ya era goleada. La afición vivía un carnaval improvisado en las gradas. Goleada, punteros, a un paso de ir a la final, clasificados a la Sudamericana. Mucha emoción, muchas gargantas afónicas de tanto gritar, el Ídolo renace, pero... en retrospectiva: ¡que golazo el de Díaz! ¡la mamá de los goles!.
La salida del estadio fue agitada, la gente salía cantando, empujando, los choros al acecho, y los pequeños puestos de comida a las afueras del Monumental esperando hacerse la plata. De ahí, cada cual a lo suyo, la vida de tantos que se dieron cita en el templo amarillo continuaba, pero ya todo era diferente. El aire olía a caramelo, como dice la canción. Ese domingo ya no era normal, era un domingo amarillo. Con esto, señores, ¡para Cuenca nos vamos! ¡A por la primera etapa! ¡A por el campeonato!
Barcelona ganó, todo está bien...
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