Clásico del Astillero, el único derbi del fútbol ecuatoriano, el partido inmortal que genera grandes expectativas en todo el país: Barcelona contra Emelec.
Desde muy temprano en la mañana en la gran ciudad, se nota en el ambiente que todo es distinto. Al salir a la calle, se puede apreciar que esa unidad guayaquileña ha sido destruida. Grandes amigos, familiares, conocidos, parejas, compañeros de estudios y de trabajo; toda estrecha relación encuentra un límite, una pausa.
El gran Guayaquil, así como todo el Ecuador, se encuentra dividido en dos partes, los días de Clásico: una parte amarilla, otra parte azul. Ya no existen otros equipos, no importa si son hinchas de otros clubes: este día o son barcelonistas o son emelecistas.
Que los unos son más populares, que los otros son más fieles; que los otros son más aguerridos, que los otros son más numerosos; que los unos son la mitad más uno, que los otros son aún más que eso.
Las hinchadas se preparan. Indiferentemente de lo que ocurra en la cancha, los clásicos también se los vive en las gradas. Trapos, bombos, bengalas, papelitos y hasta marihuana. Insultos a la orden del día y juramentos en vanos. Los cánticos coreados por toda la barra, y ese sentimiento de odio/desprecio.
Barcelona y Emelec actualmente pelean el campeonato de una forma sin tregua. A mi parecer "Clásico de Astillero" debe seguirse usando, sin embargo, en casos de suma importancia como sucede en este momento debería utilizarse el término: "Superclásico del fútbol ecuatoriano".
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