Puedo resumir todo este texto en una simple oración: "No me gusta la colada morada". No se si es por cariño a la marca o por desagrado a los ingredientes, pero prefiero una Coca-Cola caliente sin cubitos de hielo a probar esa famosa colada. Y es que para esta etapa del año, la gente se enloquece por participar en este ritual masivo gastronómico.
¿Colada morada? ¡No, gracias! Con mi Coca-Cola me basta. ¡Rompiendo tradiciones desde tiempos inmemoriables! (en serio, tengo mala memoria)
— Sageo Villacrés (@sageow) noviembre 2, 2012
Temprano en la mañana me levantaba, no voluntariamente sino por los gritos de mi mamá. Tenía que ir a comprar el pan. Me trato de arreglar lo que más puedo para salir de la casa, sin embargo, mi cabello rebelde quedaba sin doblegarse a los designios de la peinilla. Un par de saludos a vecinos algo allegados; otro par a vecinos prácticamente desconocidos; y, otro par de saludos por cortesía y con tono hipócrita. Todo iba bien hasta cuando una paloma -de esas que moran en los cables- casi me alcanza con sus desechos, ¡paloma p%t&!. Un vendedor de periódicos estaba con un vaso y una cuchara, algo raro que me alertó.
Era un día de esos raros, donde la gente comparte cosas raras y habla de otras cosas raras.
Un a señora de avanzada edad, allegada a la familia me invitó un vasito de esa colada morada, y con una sonrisa falsa y con un agrado fingido me tomé ese brebaje folklórico. Pero esto no acaba allí.
Al llegar a la panadería noto algo poco usual. La hija de la dueña de la panadería estaba vendiendo. Las pocas veces que se la ve en la panadería, a todos los hombres del barrio nos pone a babear, y esta ocasión era algo igual. Cuando se dirigió ante mí para atenderme casi ni hablo de lo atónito que me dejó su belleza. Sonrió al ver mi cara de pendejo y apenas dije lo que tenía que comprar. Al terminar la transacción, me dispuse a irme y ella me llamó. Al percatarme que me estaba llamando me ilusioné completamente, pero al voltear y fijarme bien, estaba allí, brindándome un señor vaso de colada morada. Con toda la mala gana maquillada del mundo me lo tomé, le agradecí, y suspiré... Y ya después, fuera de su rango visual, puse mala cara... ¡iack!
De regreso a mi casa, nuevamente otro vecino salía de su portal para brindarme colada. Ni bien acababa de percatarme de las intenciones del señor, aceleré el paso -creo que incluso corrí un poco-, no miré atrás, e hice caso omiso de cualquier llamado, solo corrí (a lo Usain Bolt)... y así salvé de otra embestida culinaria.
¿Qué le pasa a la gente con estas bebidas raras?
Ya para el mediodía, mi mamá se unió a este culto y extendió mi tormento... un tormento morado.
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